Sólo hacen falta unos rayos de sol para que la triste y oscura Lençois que nos recibió ayer, hoy nos parezca todo lo contrario. Un pueblo pequeño, auténtico y lleno de vida brasileira. Gente tendiendo la ropa en la calle, niños jugando y calma, mucha calma. Nada que ver con los autobuses, bullicio y vendedores ambulantes de Pelourinho.
Hemos caminado arriba y abajo y hemos encontrado dos compañeros de la Pousada y nos hemos unido a ellos y a Leandro, un guía, que ha aparecido entre matorrales, y se ha ofrecido a enseñarnos zonas de la Chapada Diamantina (Montaña de diamantes, aunque ahora ya no queda ninguno) por un módico precio: 7,5 reales por cabeza.
Hemos pasado primero por el salón de arena, una gruta de donde, rascando las piedras, sacan arena de diferentes colores. Luego con esa arena se rellenan botellas de cristales con diferentes diseños y se vende a los guiris como souvenir.
Luego hemos pasado por la Cachoeira de Primavera, un salto de agua de unos 4 metros de altura. El nombre viene por que en primavera suele estar rodeado de flores. Nos hemos dado una ducha bajo esta casacada.
Hemos continuado caminado por la montaña, escuchando el canto de la cigarra. Es como el ruido de una máquina eléctrica pero producido por un bichito del tamaño de un grillo. Con este ruido atrae a la hembra y cuando ya la tiene conquistada y han acabado la faena estalla en mil pedazos...
Hemos ido a otra Cachoerinha, de unos siete metros de altura y con una piscinita en la que hemos estado bañándonos y charlando con una familia (belga-chilena-española) que ahora viven aquí en Lençois.
Y la noche la hemos pasado en la Pousda compartiendo una botella de vino brasileiro con nuestro compañero de habitacion Guillaume.
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